EL ALACRÁN se movía en el charco como pez recién salido del agua.
Mis cuencas eran cavernas donde grano a grano,
se levantaba para flotar
el anciano polvo de los sueños,
como una sombra enorme que atraviesa en un esperma lo redondo del
cielo,
la respuesta fue antes que la pregunta
y el gemido un eco encarnado en mi gesto y su fuga,
al tiempo que una transpiración de amante ya dormido, me dormía,
y sólo un parpadeo era capaz de retener el perfume de la piel de
esa imagen, que llamé vida,
doliéndome en una herida cada vez más caliente.
Mudo, era yo la respuesta para cuál pregunta,
una puerta asombrada, abierta a todo el espacio que pueda existir
y la memoria como el vuelo de un pájaro hacia el olvido,
recorriendo pasillos veloces de luz y oscuridad,
hasta llegar a saber, ya sin memoria,
de dónde vienen esas voces, esos silbidos de tan todos los
tiempos,
y cada vez más parece que vienen de un sitio presentido,
que no será ni adentro, ni afuera,
sino el lugar donde todas las posibilidades se realizan,
cada vez más crees que esto es la muerte
y por dentro el alma es una nube que truena y suelta toda su agua,
mientras que por fuera el pensamiento se convierte en esa agua que
regresa,
y débil, absurda la pregunta… “qué cosa es un alacrán, qué cosa es
un alacrán”.
Ricardo Castillo (México, 1954)
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