segunda-feira, 23 de maio de 2016

Co incidências especulares


Existe un retrato anamórfico de Carlos I de Inglaterra, realizado por una mano anónima en 1660. Si se levanta el cilindro reflejante que concentra y compone  en su medida exacta el melancólico rostro del rey, queda una mancha distorsionada, la imagen en estado líquido. Pero hay algo más. En el centro de la pintura aparece un cráneo desnudo: un frío recordatorio de que, al final de la guerra civil, el monarca fue decapitado en el helado mediodía del 30 de enero de 1649, por dictamen de un parlamento manipulado por Oliver Cromwell. Cromwell, como dictador, murió en 1658. El día de su funeral, majestuoso, pero vacío, tan sólo los perros le lloraron, según el reporte de un testigo. Y sírvanos aún la memoria para recordar que el 30 de enero de 1661, justo 12 años después de la ejecución del rey, el cadáver de Cromwell fue exhumado, colgado y decapitado públicamente. Su cabeza se expuso en lo alto de un poste en Westminster Hall hasta 1685. Después siguió un largo camino en el que, convertida ya en un bulto de cuero negruzco, la cabeza llegó a ser exhibida como atracción de feria en 1779 a cualquiera que pagara el precio de 2 chelines y seis peniques.


                                          Gaspar Orozco, México (1971)

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