Existe un retrato anamórfico de Carlos I de Inglaterra, realizado por
una mano anónima en 1660. Si se levanta el cilindro reflejante que concentra y
compone en su medida exacta el melancólico rostro del rey, queda una
mancha distorsionada, la imagen en estado líquido. Pero hay algo más. En el
centro de la pintura aparece un cráneo desnudo: un frío recordatorio de que, al
final de la guerra civil, el monarca fue decapitado en el helado mediodía del
30 de enero de 1649, por dictamen de un parlamento manipulado por Oliver
Cromwell. Cromwell, como dictador, murió en 1658. El día de su funeral,
majestuoso, pero vacío, tan sólo los perros le lloraron, según el
reporte de un testigo. Y sírvanos aún la memoria para recordar que el 30 de
enero de 1661, justo 12 años después de la ejecución del rey, el cadáver de
Cromwell fue exhumado, colgado y decapitado públicamente. Su cabeza se expuso
en lo alto de un poste en Westminster Hall hasta 1685. Después siguió un largo
camino en el que, convertida ya en un bulto de cuero negruzco, la cabeza llegó
a ser exhibida como atracción de feria en 1779 a cualquiera que pagara el
precio de 2 chelines y seis peniques.
Gaspar Orozco, México (1971)
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