La última confesión de Monseñor Romero
Simplemente
mantengo una posición de que no estoy confrontándome con nadie, sino que estoy
tratando de servir al pueblo. Y el que esté en conflictos con el pueblo sí
estará en conflictos conmigo. Pero mi amor es el pueblo; y desde el pueblo
pueden ver, a la luz de la fe y del mandato que Dios me ha dado de conducir a
este pueblo por los caminos del Evangelio, quiénes están conmigo y quiénes no
están conmigo, viendo simplemente las relaciones con el pueblo (Homilía 20 de
agosto de 1978)
Monseñor Romero
Hermano, confieso que he
pecado:
Liberé a mi pueblo de los
atroces invasores,
me solidaricé con el pobre con
el mordido pobre,
fui pastor de los
desprotegidos,
voz de los sin vos;
Señor, he pecado y mal
utilizado vuestro nombre,
le di la razón a los
indefensos,
me turné contra los que pagaron
diezmo, vuestro diezmo,
contra los que te erigieron
esta catedral
donde ahora confieso que te he
abandonado,
Señor mío,
puesto que no puedo abandonar a
los pobres
que rezan vuestro nombre
no puedo abandonar aquellos que
viven
en vuestra fe para vuestra fe,
que rezan a vuestro hijo crucificado.
Ellos Señor, como bien vos lo
sabéis,
no irán jamás al cielo
porque nadie jamás ha subido
del infierno a vuestro Reino.
Por eso te abandono y renuncio
a ese Reino,
y el día que mañana mandés a mi
verdugo
asegurate
que sea antes de comer vuestro
cuerpo
para que pueda morir limpio,
impío de toda blasfemia e
hipocresía
y condena con vuestro Reino a
mi ejecutor
porque será él quien me dé voz
entre tus demás hijos
capitalistas
que han vencido bajo tu nombre
toda dignidad humana.
Por último te pido por mi
pueblo
por mi pulgarcito, por mi San
Salvador,
por mi Centroamérica,
por todos ellos te ruego y pido
desvelado bajo las ráfagas de
metralla,
bajo las masacres,
bajo los miles de cuerpos que
abonan los campos
donde se erigen tus iglesias,
Señor, líbranos de todo mal.
Confieso que he pecado.
Inédito de A Cienfuegos (San Salvador, 1982)
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